jueves, 26 de enero de 2012

Edetària, vinos de 'terroir'

Ayer por la tarde en la Bodega de Alicia, en el centro de la ciudad de Valencia, tuvo lugar la presentación de los vinos DO Terra Alta, Edetària. De la mano de Joan Angel, el autor de los vinos que catamos, se nos introdujo en la historia de esta bodega y  lo más importante el 'terroir' de donde proceden.


Los vinos que catamos, 2 blancos y 2 tintos, tenían en común el uso de variedades autóctonas, principalmente Garnachas, pero desde luego destacar el 'terroir'. Suelos que destacan por ser una tierra compacta de los sedimentos aportados en los valles de las sierras interiores de la provincia de Tarragona al sur del Ebro, en distintas capas y de eras diferentes, lo que hace una tierra difícil de cultivar y donde, dependiendo de la zona donde se encuentren las viñas plantadas, hay una diferencia en los frutos que luego se trasladarán a los vinos, aportando su propia personalidad.

El primer vino que catamos Edetana Blanc 2010 es un vino blanco, en su mayoría elaborado con Garnacha Blanca, con una porción también de Viognier importante, pero justa para aportar aromas florales muy sutiles. Un vino fresco, que recuerda a aromas de cultivos de secano con toques minerales que le confieren el propio terruño debido a que las raíces de estas viñas profundizan buscando agua y absorben minerales muy característicos. Característica que el Edetària Blanc 2009, segundo vino catado, con un 85% de Garnacha Blanca también, nos deleita, pero siendo un vino más envolvente, con más complejidad aromática y con un final bastante más largo que el anterior.


Los vinos tintos que catamos posteriormente, Edetana Negre 2009 y Edetària Negre 2008, son vinos de uva Garnacha, plantas adaptadas a los terruños diferentes que van desde suelos franco-limosos, arcillosos y suelos con capa superficial pedregosa. El primero combina dos clases de Garnacha con Cariñena y el segundo Garnacha Peluda con Syrah, en general aparece una fruta roja fresca muyt aromática, sutilezas de especias y plantas aromáticas de sotobosque, pero se diferencian bastante, siendo el segundo mucho más complejo, apareciendo aromas a mentolados y hojas de tabaco. En boca difieren en cuanto a la suntuosidad del segundo respecto al primero, pero conservando la mineralidad y postgusto algo amargo y terroso.


En definitiva unos vinos diferentes y de marcado terruño que me sorprenden por su viveza y originalidad, y que utilizan variedades autóctonas bien adaptadas que los hacen bastante diferentes de otros vinos de la cuenca mediterránea continental de la zona.

lunes, 23 de enero de 2012

Visita a la bodega Finca Ardal

Una de las pequeñas bodegas que tiene Requena en su término, que embotella grandes vinos, es Finca Ardal. Es una bodega del siglo XIX que fundó uno de los antepasados de la actual familia Gil-Orozco, que a partir de 1996 se hace acargo de este proyecto de elaborar vinos de calidad, aprovechando el viñedo y su situación en torno a la bodega.

 
La nueva bodega está actualmente situada en el antiguo edificio donde se elaboraban los vinos de doble pasta, hoy se ha anexado una nueva zona donde se elaboran los vinos en depósitos de acero inoxidable, usando tecnología para la elaboración y conservación del vino, también hay una sala de barricas en el subterráneo de la casa donde descansan los vinos entre 6 y 14 meses para producir estos vinos de calidad que luego os comentaré.


El viñedo está compuesto por las tradicionales plantas de Bobal y Tempranillo, que datan de entre 80 y 40 años, a las que se han añadido plantas de más reciente plantación como la Cabernet Sauvignon, Merlot y Syrah. Cada variedad tiene su ciclo y su recolección y se vinifican por separado para buscar la máxima expresión de ellas y luego ensamblarlas para los vinos que la bodega elabora. La Bobal tiene su propia producción monovarietal y además esta bodega está dentro de la Asociación Primum Bobal, que aglutina a 7 bodegas que apuestan por este tipo de uva como producto de calidad y única en el mundo.


Tras la visita catamos los vinos de la bodega, empezando por un 'coupage' de poca crianza (6 meses) de Tempranillo, Syrah y Bobal, un vino con una capa media, glicérico con un tono rubí muy brillante, en nariz predominaba la fruta roja madura, algo de mineralidad y un trasfondo especiado muy elegante. En boca fresco y voluminoso, con un postgusto corto pero muy intenso, un vino relativamente joven, aunque hablamos de una cosecha de 2006, su nombre TANUS. Este nombre evoca a ciertos vestigios de era romana que se encontraron en la finca y de cuyos textos escritos en piedra han extraído su nombre.


También catamos otro 'coupage' en este caso de Cabernet Sauvignon, Tempranillo y Merlot, su nombre Ocho Cuerdas cosecha de 2006, el nombre de este vino es en recuerdo a la guitarra de 8 cuerdas, que el fundador de la bodega inventó en su faceta de artista , este está un poco más evolucionado debido a su paso por barrica francesa de más de 12 meses, el color es rubí pero con el ribete más anaranjado, glicérico y con capa media-alta. En nariz es más complejo, encontrándose especias como la canela, el clavo, hojas de tabaco, cueros y fruta negra confitada. En boca sigue teniendo un tanino notable pero a la vez amable, postgusto largo con grandes recuerdos a torrefactos y a ahumados.


Otro vino que no catamos en la bodega, pero yo personalmente si que lo he hecho varias veces, es el monovarietal Ocho Cuerdas Bobal, de color púrpura oscuro, intenso, con capa alta.  Limpio y brillante. Aroma complejo de fruta roja madura sobre un fondo especiado (pimienta molida). Notas bien integradas de madera de buena calidad. Entrada amable en boca con postgusto largo.  Es un vino redondo y equilibrado, carnoso, con taninos dulces y bien pulidos. 

Una bodega pequeña y muy coqueta que hace vinos de mucha calidad y con una buena relación calidad/precio.

martes, 17 de enero de 2012

De paseo por la viñas (y III)

El resto de las cepas, que escuchó la historia con bastante atención, intentaban que el sol no atravesara su espesa capa vegetal, de manera que Hipólito se quedara al resguardo de éste.

No fue hasta casi la hora de comer cuando los padres de Hipólito encontraron al pequeño bajo el manto de estas viejas cepas. El niño se abrazó a sus padres, y estos un poco asustados, no llegaron a comprender como había ocurrido este pequeño incidente, que aunque no fue más que un susto menor, podía haber tenido consecuencias mayores para un niño de 6 años expuesto a rayos de sol de mediodía y temperaturas cercanas a los 40º C.


Una vez Hipólito se mostró con fuerzas, les contó a sus padres cómo paseando por las viñas oyó voces y vió a las ramas moverse. Éstos pensaron que, fruto de la imaginación y la exposición solar excesiva, el niño deliraba, pero él insistió y no pasó más que de la anécdota.

Pero para Hipólito, no fue una anécdota más, él siguió acompañando a sus padres a visitar las bodegas, pero siempre daba un paseo por las viñas. En invierno las vió con sus desnudas ramas, cubiertas de nieve, en primavera observó sus ‘lloros’, vió como crecían sus hojas, como la flor perfumaba a principios de verano los campos.


En verano pasaba directamente a mirar como los granos de los racimos engordaban para enverar posteriormente y esperar a finales del período estival para observar como se seleccionaban los racimos que iban a ser destinados a la vendimia. Le gustaba el color ocre del otoño, el paisaje se tornaba de un color marrón rojizo y las puestas del sol en el viñedo fueron marcándole la infancia y adolescencia.

Su padre, con esfuerzo e ilusión, después de muchos años compró una pequeña parcela con viñas viejas, en la que Hipólito, ya todo un hombrecito depositó todo lo que la observación de las cepas y sus estudios de ingeniería agrónoma le habían enseñado. Empezó a cuidar estas viñas como si se tratase de su familia.

Las podaba, les aportaba agua cuando lo necesitaban, las limpiaba de hierbas, les quitaba la sombra y los insectos que podían dañarla y siempre conseguía una perfecta armonía en sus frutos. El padre de Hipólito soñaba con hacer un vino propio y quién mejor para proporcionarle el fruto más perfecto que necesitaba que su hijo.

Con el tiempo Hipólito fue un prestigioso viticultor, pero un viticultor de alquiler, pues era demandado por las grandes familias de bodegueros para ser asesoradas, por quién en su infancia fue protegido y marcado por las plantas que luego han dirigido su vida, las viñas, y todo gracias a un paseo que él mismo decidió tomar.

lunes, 9 de enero de 2012

De paseo por las viñas (II parte)

Eran las cepas que despertaban al sol y parecía como si se estiraran de una larga noche algo fresca habiendo estado entumecidas.

-    Buenos días – se oyó una ronca voz
-    Buenos días – respondieron varias voces juntas menos graves

Hipólito miraba a su alrededor y no veía más que viñas majestuosas y verdes, pero las voces se seguían escuchando.

-    Hoy vamos a tener un día caluroso – dijo una voz
-    Perfecto para nuestro trabajo – respondió otra
-    Yo creo que estoy preparada – dijo una tercera voz

Miedo en el cuerpo sentía el niño, pero creyó que no estaba perdido y corrió en todas direcciones buscando a las personas que hablaban para decirles que no encontraba la salida y se había perdido. Pero no encontró a nadie, estaba sólo rodeado de cepas.
 

Exhausto de andar y con los zapatos rojizos del suelo que pisaba, decidió sentarse y apoyarse en uno de los troncos más gruesos, que eran de la cepa más frondosa, desnuda por la poda en verde que debió hacerse durante años, hizó de respaldo  a su improvisado asiento. Hipólito empezó a sollozar y gritar, se había perdido.

-    Mamá, mamá, Papi, papi, Yaya, yaya … - gritaba
-    Buaaaaa, buaaaa – sollozaba

Y entonces se volvieron a oir las voces

    - ¿quién llora? – se oyó con tono grave
    - Creo que es un pequeño – respondió alguien con tono más joven
    - Un niño se ha perdido – masculló otra voz

El niño empezó a sentirse desorientado y quería levantarse pero estaba cansado y asustado, por lo que entre lágrimas y sollozos se durmió a la sombra de la gran cepa llena de hojas verdes y frondosas.

-    Se ha dormido – dijo la cepa bajo la que Hipólito estaba
-    Si, no dejemos que le dé el sol – respodió su compañera de la fila de enfrente

Y entonces las cuatro cepas que rodeaban a Hipólito torsionaron sus ramas con el fin de crear una sombra fresca que impedía que los rayos del tórrido sol del verano impactaran sobre el niño.
 

- Estoy dando sombra a mis racimos – dijo una de las cepas
- Si pero no debemos descuidar a los humanos – dijo la vieja cepa con voz más grave
- Ya sabes que si no maduran bien mis uvas, las cortan y se van al suelo – volvió a decir la primera cepa

La cepa más vieja, sobre la que Hipólito descansaba, era la matriarca desde donde había nacido una de las fincas más codiciadas de la comarca. La tierra junto con sus carácterísticas ambientales habían creado un microclima único en la zona, donde estas majestuosas y sanas cepas maduraban las mejores uvas que se producían en todo el dominio del consejo regulador al que la bodega y finca pertenecían.
 

Su excelente producción era por todos los bodegueros de la zona envidiada, ya que producía una uva de tantísima calidad que los vinos elaborados con ella conseguían ganar todos los concursos a los que se presentaban. En más de cien años de producción nunca se había repudiado ningún racimo y todos ellos eran destinados a la selección especial que la bodega utilizaba como buque insignia de todas sus elaboraciones.

-    Este año creo que vamos a tener problemas – dijo una cepa jóven
-    Si – respondió la matriarca
-    Ha sido un año demasiado lluvioso – dijo otra viña
-    Por eso debemos aprovechar el sol – respondía una de las que tapaban sus racimos para preservar del sol a Hipólito.
-    Pero también debemos cuidar a quiénes se benefician de nuestro trabajo – respodió la matriarca

La cepa mayor les contó una historia al resto de viñas más jóvenes explicándoles porqué debían sacrificar unos momentos de sol y cuidar del pequeño.
 

Cuando yo era jóven, me injertaron a unas viejas raíces que habían sobrevivido a una gran plaga. Yo era una planta vigorosa que vivía en un campo muy poblado y denso de cepas, estabamos juntas y apiñadas, cuando mis sarmientos se podaban en invierno, invertía toda la pasión en crecer más que mis compañeras, con el fin de tener el vigor suficiente para soportar frutos grandes y pesados.

Todas pensabamos que cuanto más grande fuera nuestro racimo mejor nos cuidaría el agricultor, premiándonos con mayor cantidad de agua en el riego y arrancando las viñas que nos impedían crecer más altas y vigorosas y que competían por los recursos sin llegar a ser tan generosas como yo.

Pero curiosamente nuestro fruto, al que tanto empeño y vigor le dedicábamos nunca llegaba a madurar. El agricultor nos podaba las hojas para que estas no taparan los rayos de sol, pero nosotras seguíamos insistiendo en engordar el fruto y ampliar nuestra superficie de las hojas y para ello nuestras raíces profundizaban en la tierra con el fin de conseguir más nutrientes, pero lo que conseguíamos era más y más agua.

Al final los racimos que dábamos tenían un peso tan importante que estábamos ansiosas de ser vendimiadas para liberarnos de tanto peso, en ocasiones llegábamos a tocar el suelo y además no teníamos guía para que nos aguantaran los brazos, ya que estábamos en plantadas en vaso y nuestros brazos tenían que soportar hasta casi 5 Kg. de peso.

No nos preoucupaba que el fruto fuese dulce, ni que todas las bayas estuviesen maduras, simplemente buscábamos granos guesos y en cantidad. ¡No nos importaba que no  formaran parte de un buen vino!.

Un día, nuestro cuidador, sufrío un accidente mientras estaba revisando nuestro fruto y cayó al suelo desfallecido, pasó la mañana y llegó la noche y vimos como el sol y la tierra se apoderaba de su cuerpo día a día y nunca más nos lo devolvió.

Pasó el tiempo y nunca más nadie vino a cuidarnos, nuestros frutos no se recogían, y se podrían en nuestras ramas, nadie nos podaba, no nos daban agua más que cuando llovía. Mis compañeras iban enfermando, las hojas se las comían los insectos y otros animales, cuando no nos invadían los hongos, las bayas eran devoradas por otros animales o servían para criar insectos en su interior, nuestras ramas tomaban raíces al contacto con el suelo con el fin de seguirnos nutriendo, quitándonos el vigor en las hojas y frutos.
 

Un día empezamos a no sentir nuestros pies, algo estaba haciendo desaparecer nuestra savia, y por mucho que intentábamos seguir en pie, nuestras fuerzas mermaban. Hasta que un pequeño humano de la mano de quien parecía su abuelo visitó nuestro decrépita finca y empezó a señalar las pocas ramas que aún conservaban las hojas y la savia en su cuerpo.

Sentimos que nos fueron cortando y nos iban guardando en un recipiente fresco y húmedo, al menos descansaríamos para siempre como alguna planta ornamental, o nuestra muerte no sería por desidiaen el campo.
 

Pensamos que era nuestro fin, y nuestra savia estaba poco a poco secándose hasta que vimos de nuevo la luz,  nos injertaron en esta tierra. Esta tierra tenía unas cepas que no rendían, que maduraban sus frutos de una manera espectacular, que las bayas eran dulces y afrutadas, pero que el rendimiento no convencía a su dueño, ya que todas nuestras compañeras de la comarca estaban muriendo por una plaga y aquí parecía no afectar a las viejas del lugar, pero no podían competir con las cantidades que nosotras y otras cepas de fincas aledañas rendían en peso y grosor.

Aquí a base de mucho esfuerzo conseguimos que nuestra savia se fusionara con las viejas raíces que tenían mucha fuerza, pero no nos aportaban el vigor que teníamos en la vieja finca, de manera que el esfuerzo tuvo que ser superior para obtener los frutos. Éstos nunca llegaron a ser lo grandes que fueron, pero gracias al microclima que nos envolvía y la dosis de minerales y nutrientes que nos dosificaba nuestra nueva raíz conseguimos que nuestros racimos fueran homogéneos, elegantes, ácidos, dulces y afrutados y sobre todo que maduraran en el momento justo y a la vez.
 

Nuestro nuevo dueño se esmeraba en cuidarnos, nos podaba con cariño, nos aportaba un poco de agua cuando más lo necesitamos, nos fue guiando en espaldera hasta orientar nuestras ramas en busca del sol cálido del verano para que nuestro fruto creciese y madurase bien, en fin aunque nunca rendimos como antes nuestro esfuerzo se centró en conseguir dar de sí lo máximo posible.

Durante años el niño que nos escogió, fue creciendo hasta convertirse en nuestro cuidador y cada vez nos mimaba más, nosotras hemos agradecido su trabajo siendo cada vez más selectas,  soportando en nuestras ramas los preciados racimos, buscando el sol, la perfecta maduración, aportando dosis de agua y nutrientes adecuados a nuestra función, sin preocuparnos de ser más productivas y formando un grupo de selectas cepas al servicio del hombre.
 

martes, 3 de enero de 2012

De paseo por las viñas (I parte)

Hipólito era un niño que había cumplido 6 años el día de Reyes, vivía en una gran ciudad y le gustaba salir con sus padres de viaje. Él disfrutaba viendo los paisajes, los monumentos, conociendo diferentes ciudades y sobre todo no se separaba nunca de sus padres, que le enseñaban a disfrutar de los diferentes cuadros que sus viajes reflejaban en su retina.
 

El padre de Hipólito era un buen aficionado a la gastronomía, los vinos y sobre todo le encantaba probar las viandas autóctonas de los lugares que visitaba. El interés por los vinos, no solo le provenía de su pasión por beberlos, sinó de conocer todo lo que rodea a la elaboración de un buen vino. De esa pasión nació la excusa de viajar a todos los lugares donde se realizaban labores de vitivinicultura, y a raíz de tanto visitar bodegas surgió la idea de visitar también las viñas como parte de su periplo enoturístico.

Hipólito, que como era de esperar a esa edad, perdió el interés por viajar, pues sus padres sólo le llevaban a ver bodegas, viñedos y lagares, recorriendo toda la geografía española basándose en este turismo temático. Empezó a desinteresarse por conocer como se elaboraba un vino, porqué siempre empezaba por el mismo tipo de comentario: se recoge la uva, se lleva a la tolva, se despalilla, se macera o se prensa, se fermenta, se trasiega, se pasa a barrica y tras su crianza se embotella. Se cansó también de que se descorcharan tantas botellas en las catas que, ya no sabía que hacer con tantos corchos que había guardado.


En muchas de las bodegas que la familia visitaba, habitualmente lo hacían sólos o con parejas sin hijos, con lo que al final era un suplicio visitar las bodegas, en algunas tenían algún espacio lúdico para niños, pero en general no pensaban en ellos en la mayoría de lugares. Hipólito recordaba que en una bodega que visitó en tierras manchegas, mientras los padres hacían la susodicha cata, el nieto del propietario entretenía a los chicos con un tractor de juguete, enseñándoles las labores del campo y luego les hacía una cata de mosto (sin alcohol, por supuesto) para que fuera más llevadera la visita.
 

El niño ya identificaba los nombres de variedades tan españolas como la Tempranillo, Garnacha, Monastrell, Bobal,… y otras foráneas como la Merlot, Cabernet Sauvignon, Syrah, …. Incluso se embriagaba de aromas cuando se visitaba la sala de crianza en barricas en muchas bodegas, ese aroma de vino afrutado y perfume de roble integrados en un inconfundible olor. También su padre lo iniciaba a la cata de olores en copa, a pesar de que Hipólito decía que el vino olía como a chorizo, por decir algo.
 

Siempre que se visitaba alguna bodega, Hipólito le decía a su papá:
-    ¡Quiero pintar una barrica!
 
Su padre le decía:
-    Hipólito, esto no depende de mí, ya sabes que una barrica cuesta mucho dinero y más si es roble francés.
Hipólito recordaba la primavera pasada cuando en una bodega del interior de Cataluña se convocó a un grupo de niños para decorar viejas barricas y éste lo recuerda como una actividad lúdica y divertida, pero que no ha vuelto a ocurrir en las sucesivas visitas.
 

Tan aburrido se sentía que su padre le dijo:
-    Hipólito date una vuelta por la viñas y a ver si descubres de qué variedades son las cepas.

Mientras sus padres visitaban una fastuosa y famosa bodega del noroeste de España, Hipólito se quedó sorprendido por la majestuosidad de las viñas en pleno més de Julio, éstas rodeaban a la bodega en forma de ‘Pago’ o como dirían los franceses ‘château’, y como su padre ordenó se acercó a ellas.

Qué pudo imaginar Hipólito cuando se encontró frente a una cepa de casi dos metros, plantada en espaldera y con una frondosidad en sus hojas de las que colgaban los racimos a punto de enverarse. La imaginación de un chaval de 6 años es infinita, pensaría en que en cualquier momento las ramas lo atraparían y lo convertirían en uva, pero no, él pensó que eran árboles que tomaban el sol, y que estaban alineados formando caminos por los que se podía pasear con su bicicleta.
 

Así es que, el niño se fue adentrando en los viñedos, de tal manera que desapareció entre ellos y se fue a encontrar en el centro de una gran finca por la que no sabía como salir de ella. Por mucho que andaba siempre encontraba el mismo y monótono paisaje, viñas y viñas, tierra rojiza y pedregosa, estas estaban siempre majestuosas y altivas, mostrando sus frutos al sol.


Durante el caminar de Hipólito, el sol cada vez apretaba más y la fresca mañana de Julio, se tornaba un tórrido mediodía, que cada vez más costaba soportarlo. Pero de repente se oyeron unas voces y unos comentarios que, empezando como un susurro, terminaron siendo voces agudas y graves que a la vez se entremezclaban en el aire....