martes, 3 de enero de 2012

De paseo por las viñas (I parte)

Hipólito era un niño que había cumplido 6 años el día de Reyes, vivía en una gran ciudad y le gustaba salir con sus padres de viaje. Él disfrutaba viendo los paisajes, los monumentos, conociendo diferentes ciudades y sobre todo no se separaba nunca de sus padres, que le enseñaban a disfrutar de los diferentes cuadros que sus viajes reflejaban en su retina.
 

El padre de Hipólito era un buen aficionado a la gastronomía, los vinos y sobre todo le encantaba probar las viandas autóctonas de los lugares que visitaba. El interés por los vinos, no solo le provenía de su pasión por beberlos, sinó de conocer todo lo que rodea a la elaboración de un buen vino. De esa pasión nació la excusa de viajar a todos los lugares donde se realizaban labores de vitivinicultura, y a raíz de tanto visitar bodegas surgió la idea de visitar también las viñas como parte de su periplo enoturístico.

Hipólito, que como era de esperar a esa edad, perdió el interés por viajar, pues sus padres sólo le llevaban a ver bodegas, viñedos y lagares, recorriendo toda la geografía española basándose en este turismo temático. Empezó a desinteresarse por conocer como se elaboraba un vino, porqué siempre empezaba por el mismo tipo de comentario: se recoge la uva, se lleva a la tolva, se despalilla, se macera o se prensa, se fermenta, se trasiega, se pasa a barrica y tras su crianza se embotella. Se cansó también de que se descorcharan tantas botellas en las catas que, ya no sabía que hacer con tantos corchos que había guardado.


En muchas de las bodegas que la familia visitaba, habitualmente lo hacían sólos o con parejas sin hijos, con lo que al final era un suplicio visitar las bodegas, en algunas tenían algún espacio lúdico para niños, pero en general no pensaban en ellos en la mayoría de lugares. Hipólito recordaba que en una bodega que visitó en tierras manchegas, mientras los padres hacían la susodicha cata, el nieto del propietario entretenía a los chicos con un tractor de juguete, enseñándoles las labores del campo y luego les hacía una cata de mosto (sin alcohol, por supuesto) para que fuera más llevadera la visita.
 

El niño ya identificaba los nombres de variedades tan españolas como la Tempranillo, Garnacha, Monastrell, Bobal,… y otras foráneas como la Merlot, Cabernet Sauvignon, Syrah, …. Incluso se embriagaba de aromas cuando se visitaba la sala de crianza en barricas en muchas bodegas, ese aroma de vino afrutado y perfume de roble integrados en un inconfundible olor. También su padre lo iniciaba a la cata de olores en copa, a pesar de que Hipólito decía que el vino olía como a chorizo, por decir algo.
 

Siempre que se visitaba alguna bodega, Hipólito le decía a su papá:
-    ¡Quiero pintar una barrica!
 
Su padre le decía:
-    Hipólito, esto no depende de mí, ya sabes que una barrica cuesta mucho dinero y más si es roble francés.
Hipólito recordaba la primavera pasada cuando en una bodega del interior de Cataluña se convocó a un grupo de niños para decorar viejas barricas y éste lo recuerda como una actividad lúdica y divertida, pero que no ha vuelto a ocurrir en las sucesivas visitas.
 

Tan aburrido se sentía que su padre le dijo:
-    Hipólito date una vuelta por la viñas y a ver si descubres de qué variedades son las cepas.

Mientras sus padres visitaban una fastuosa y famosa bodega del noroeste de España, Hipólito se quedó sorprendido por la majestuosidad de las viñas en pleno més de Julio, éstas rodeaban a la bodega en forma de ‘Pago’ o como dirían los franceses ‘château’, y como su padre ordenó se acercó a ellas.

Qué pudo imaginar Hipólito cuando se encontró frente a una cepa de casi dos metros, plantada en espaldera y con una frondosidad en sus hojas de las que colgaban los racimos a punto de enverarse. La imaginación de un chaval de 6 años es infinita, pensaría en que en cualquier momento las ramas lo atraparían y lo convertirían en uva, pero no, él pensó que eran árboles que tomaban el sol, y que estaban alineados formando caminos por los que se podía pasear con su bicicleta.
 

Así es que, el niño se fue adentrando en los viñedos, de tal manera que desapareció entre ellos y se fue a encontrar en el centro de una gran finca por la que no sabía como salir de ella. Por mucho que andaba siempre encontraba el mismo y monótono paisaje, viñas y viñas, tierra rojiza y pedregosa, estas estaban siempre majestuosas y altivas, mostrando sus frutos al sol.


Durante el caminar de Hipólito, el sol cada vez apretaba más y la fresca mañana de Julio, se tornaba un tórrido mediodía, que cada vez más costaba soportarlo. Pero de repente se oyeron unas voces y unos comentarios que, empezando como un susurro, terminaron siendo voces agudas y graves que a la vez se entremezclaban en el aire....

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